sábado, 28 de marzo de 2009

diecinueve


Lo borroso que somos.
Lo borroso que alcanza lo que no somos.
Figuras borrosas en un mapa cualquiera.
Figuras cualquieras en un mapa borroso.

Y en medio las cosas que pierden el nombre.
Los nombres perdidos de nombrarnos.
Borrados, tal vez, nombrando la ausencia.

dieciocho


Yo no tengo ni repajolera idea de literatura. No suelo leer libros. No me interesan. Ni los libros ni el arte en general. No los entiendo. No me aportan nada. Incluso me parecen infumables. Sobre todo esos de unos señores autores que se cascan cincuenta páginas de reflexiones sesudas y profundas para acabar diciéndote que, como todo hijo de vecino, se ha acostado con una mujer que no es con la que se acuesta normalmente y a la que prometió frente al altar ser la única con la que se acostaría. La profundidad del cocodrilo. Y luego está la profundidad del elefante. Aquel que en trescientas páginas te corona de lugares exóticos, viajes por mundo y medio, aventuras de arcoiris y adrenalina para acabar confesando que le da miedo las agujas cada vez que va a pincharse al practicante de turno. Ah, y los mejores: aquellos que siendo una cosa, por procesos de auto conocimiento y autorrealización, han conseguido ser otra cosa mejorada. Fascinantes. La profundidad del gusano.

diecisiete


Mírame: no tenemos tiempo de mirarnos:
mírame: marcamos las huellas y otros nosotros caminaron:
mírame: mírame: no me mires sólo desde tu lado:
mírame: si sólo te abrazo no te alcanzo.

Mírame: tengo aquella lengua de trapo borrándome el rastro:
mírame: hay en lo frágil el ser humano:
mírame: dejemos de mirarnos con los ojos con los que nos miran
para mirarnos con los ojos con los que nos vemos:
mírame: mírame: miradme: acabo de saltar durante los anuncios de Antena Tres.