miércoles, 24 de diciembre de 2008

nueve


Hay en aquel bar un piano al que le faltan tantas teclas que uno, con los años, ha llegado a la convicción profunda de que entre las teclas que faltan se esconde algo. O alguien.
No sé cómo se llega a esa convicción. Intento no escribir lo que quise escribir ayer. Tal vez el aire. La luz baja. Las mesas de madera. Los diez años que ya llevo frecuentando ese bar.
Estamos todos más viejos. He llegado a comprender el dolor de las manillas del reloj. Que al tic-tac se le esté cayendo el pelo. Y le haya crecido ligeramente mucho la barriga.
El terrible encanto de las cosas que no cambian.
No recuerdo hace cuanto que no nos vemos. Tengo en la mesilla el libro que me regalaste sobre el arte de la fuga. Sobre Houdini y otras fugas.
¿Te fugaste tú, alguna vez?
En aquel bar podríamos fugarnos todos. Cada uno hubiese podido inventar la suya. Señales sin sentido.
A veces he creído que el que se esconde entre esas teclas que faltan soy yo. E imagino que no he sido el único en pensarlo. He imaginado demasiadas cosas en mi vida: imaginé a Marta y aquellos besos con sabor a Sugus que tenían. No soy más que alguien que teclea palabras sobre teclas que faltan. No me amarro. No me suelto. No entro. Tampoco salgo. Las cosas están pensadas para un determinado movimiento.
Hay frases que mueren matando: ya sólo te falta follar con un libro en la mano.

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