miércoles, 24 de diciembre de 2008

cuatro


Aunque la noche es oscura, tal vez todo comenzó con el click de un mechero.

Siempre estoy empezando. Eso es lo que mejor se me da.
Empiezo relaciones. Empiezo historias. Empiezo proyectos, trabajos, amigos, ciudades. Cuerpos. Empiezo.
Pocas cosas termino. Casi todas abandono.
Tomamos decisiones en base a los miedos que nos da tomar otras. Lo que hay detrás de. Otras que.
Tal vez alguien pudiese decirme en qué consisten los finales. Si, en verdad, hay cosas que se terminan.
La historia que voy a contar no tiene otro misterio que la de ir uniendo palabra tras palabra hasta alcanzar eso que los astrónomos definen como el punto de no retorno: el horizonte de los sucesos.
Podría haber empezado de otro modo.
Empezar diciendo: aquella mañana el despertador sonó como las viejas retrasmisiones futbolísticas a capea entre el televisor y la radio: con cinco segundos de adelanto de la imagen: un horizonte al que estaba a punto de llegar, abordo de una barca y capitaneada, ni más ni menos, que por Steve McQueen.
O empezar diciendo: aquella mañana el despertador no sonó. Y como siempre sucede cuando uno se duerme, el día fue una sucesión de aceleraciones, frenazos y trompicones para llegar cinco, diez, veinticinco minutos tarde a todas las citas.
Esa sensación de no acabar nunca de alcanzar lo otro. De no estar en el lugar. Ni en el momento adecuado. Una imagen detrás de un sonido.
Una sucesión de aceleraciones, frenazos y trompicones típica de las películas de Steve McQueen: de aquellas persecuciones a bordo de un Austin Martin.
O, más simple aún, podría haber empezado diciendo: aquella mañana el despertador sonó y yo era Steve McQueen.
Podría.
Pero los índigos no dormimos bien.
Y los astrónomos definen el horizonte de los sucesos como el punto en que, una vez traspasado, cualquier elemento es absorbido en uno de esos agujeros negros que hay por el universo.
Sin posibilidad alguna de regresar.
¿Por qué narrar?
¿Por qué contar las cosas?
Y si seguimos una ley astrofísica, en un agujero negro, la gravedad es tan densa que ni la luz puede atravesarla sin descomponerse. Y que si una persona tuviese la mala fortuna de caerse en uno, su parte inferior sería absorbida con mucha mayor fuerza y rapidez que su parte superior, hasta partirla en mil pedazos.
¿Cómo narrar, entonces, que yo lo traspasé?
Soy un narrador con una historia rota.


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